La costumbre de incendiar nuestros ambientes
La costumbre de incendiar nuestros ambientes
En la llanura tucumana el fuego estuvo asociado a la ganadería, porque los incendios de pasturas secas favorecen el rebrote para pastoreo. El fuego escapaba hacia los fragmentos de selva pedemontana, en donde predominaban árboles de cebil. Los cebiles en pie que sufrían la explotación selectiva de la corteza destinada a la extracción de taninos para la curtiembre de cueros, formaban bosques muertos de fácil combustión.
Este paisaje ganadero fue desapareciendo paulatinamente y se abrió paso a la actividad agrícola extensiva. Actualmente se quema el rastrojo de la caña de azúcar. Las nubes de humo, lluvia de hollín y de fragmentos de rastrojo incinerado causan problemas sanitarios y estéticos que afectan a gran parte de la sociedad, la cual desconoce el bagaje cultural, social y económico oculto detrás de estas prácticas y, aunque la quema intencional esté penalizada, el anonimato libera al autor de toda culpa y cargo.
En los ambientes de alta montaña, específicamente en los pastizales que bordean el bosque montano, se continúa con la quema para rebrote. No obstante, la superficie de bosque ha aumentado, en este caso por factores socioeconómicos (migración, generación de empleo y disminución en la intensidad del pastoreo) y ambientales (incremento en el régimen de humedad).
Algo diferente ocurre en las laderas orientales que están cubiertas por una frondosa selva montana, donde los focos de fuego aparecen también durante la época seca. El origen de estos focos es incierto (accidental o intencional), aunque probablemente se deba a factores socio-culturales o socioeconómicos, derivados de la proximidad a los centros urbanos.
En la selva montana son comunes las especies leñosas de follaje caduco (árboles que pierden completamente sus hojas durante el invierno como el horco cebil, cedro, nogal, lapacho, cochucho, tipa y pacará) y perenne (árboles que no pierden completamente sus hojas durante el año, como horco molle y laurel de cerro). Además, hay especies exóticas como mora y acacia negra (follaje caduco), ligustro y ligustrina (follaje perenne) y un sotobosque (vegetación que se desarrolla bajo el dosel) compuesto por hierbas, arbustos, lianas y epífitas. En esta selva, la mayor producción de biomasa ocurre durante la época húmeda (primavera y verano) que luego formará parte de la biomasa seca combustible durante la época seca (otoño invierno). El fuego enciende rápidamente el material fino (ramas y hojas caídas) y luego se enciende el material mediano y grueso (ramas grandes y troncos caídos), los cuales incrementan la intensidad y duración del incendio. Además, como el viento favorece su expansión y los suelos quedan expuestos, la pendiente acompaña los procesos erosivos.
Si analizamos las problemáticas ambientales locales, la principal es el desborde de ríos e inundaciones de poblados en el pedemonte y la llanura durante la época húmeda. Estas catástrofes derivan de la torrencialidad de las lluvias en la franja de selva montana. Aunque los pronósticos recientes anuncian que las precipitaciones de los próximos 40 años serán menores a las ocurridas en los últimos años, es probable que el riesgo de inundación de los poblados continúe asociado a la torrencialidad de las lluvias, a la pendiente y a la proximidad a los ríos. Tal descenso en las precipitaciones podría manifestarse como una demora en el inicio de la época de lluvias y con ello aumentar el riesgo de incendio en las selvas de montaña. En este contexto, la ocurrencia de incendios podría modificar el paisaje a largo plazo como se observa en la quebrada del río Los Sosa (camino a Tafí del Valle), o a corto plazo, por incremento en el material de arrastre dado que su deposición actuaría sobre la morfología de la ribera y del curso del río, constituyendo un riesgo potencial para las poblaciones vecinas.
Los incendios en la franja de selva montana se relacionan con múltiples factores que podríamos reunir en tres grupos: condiciones meteorológicas, disponibilidad de combustible y actividad humana. Las condiciones meteorológicas como la disminución de las lluvias pronosticada para los próximos años junto a la biomasa acumulada conforman un escenario particularmente sensible a los incendios.
Resulta interesante imaginar el escenario post-incendio. La fragmentación, la proximidad de semilleros, la capacidad de rebrote de las plantas sobrevivientes (nativas vs. exóticas, como siempre), la disponibilidad de agua y frecuencia de fuegos así como otros factores, que seguramente estamos pasando por alto, en conjunto serían elementos que permitirían el desarrollo de bosques transicionales o bien de otros tipos de ambientes, cuya conservación sería cuestionable en el futuro.
Los pronósticos meteorológicos nos brindan la posibilidad de encender nuestros sistemas de alerta y diseñar políticas preventivas basadas en el conocimiento y valoración del ambiente. La conducta recurrente de trabajar para contener o reparar el daño, en vez de incentivar mecanismos de control y prevención para evitarlo, ha conducido a configurar los escenarios que hoy observamos a nivel local y de país. Justamente, porque es más arduo el proceso de implementación de las normativas que el diseño o mejoramiento de las mismas, resulta de vital importancia agilizar las vías de aplicación ante una magnificación del problema.
Tal vez el primer paso consista en comprometernos a prevenir, a partir del conocimiento preexistente, y accionar para convertirnos en una sociedad protagonista de los procesos de cambio de conducta hacia la conservación de recursos. De esta manera, evitar o bien menguar los esfuerzos dirigidos a tener que “combatir el fuego”.
Agradecimientos
Las autoras quisiéramos agradecer al Guardaparque Sr. Gerardo Carreras (Parque Nacional Aconquija, Administración de Parques Nacional), al Lic. Eduardo Mendoza (Instituto de Ecología, Comportamiento y Conservación, FML) y a todos los colegas que trabajan en el estudio de la problemática del fuego por los valiosos aportes técnicos para la construcción de la nota. También a la Dra. María Alejandra Molina y a la Prof. Dolores Albornoz (Extensión ambiental, Parque Sierra San Javier) por las fotografías."
Dra Griselda Podazza y Lic. Mariana Valoy
(Instituto de Ecología, Comportamiento y Conservación- Área Integrativa, FML)
Fundación Miguel Lillo