Lilloa 58 (2): 131-159, 7 de diciembre de 2021

Artículo original

https://doi.org/10.30550/j.lil/2021.58.2/2021.11.14

Origen y domesticación de Tara spinosa (Leguminosae, Caesalpinioideae)

Origin and domestication of Tara spinosa (Leguminosae, Caesalpinioideae)

Villena, Jim J.1* ; Juan F. Seminario2

1Universidad Nacional Autónoma de Chota (UNACH), Jr. José Osores N° 418, Chota. Escuela de Posgrado de la Universidad Nacional de Cajamarca (UNC), Av. Atahualpa 1050, Cajamarca, Perú.
2Programa de Raíces y Tubérculos Andinos, Universidad Nacional de Cajamarca (UNC), Av. Atahualpa 1050, Cajamarca, Perú.

* Autor corresponsal: jimjairo@hotmail.com


Resumen

La “tara” o “taya” (Tara spinosa) es una planta económicamente importante para el Perú y otros países andinos, aprovechada en su estado silvestre, principalmente. Sin embargo, no se conoce sobre su origen y dispersión y, el estado de domesticación, como base para entender los cambios que surgirán debido a su cultivo intensivo con tecnología mejorada y para su conservación. En este artículo, sobre la base de fuentes biológicas, arqueológicas, lingüísticas e históricas y, observaciones de campo; se esclarece, por primera vez, sobre estos aspectos. También se expone sobre la dirección de las presiones de selección, el enfoque de las investigaciones al respecto y los estudios pendientes. Se concluye provisionalmente que su centro de domesticación se ubica en la costa peruana, en donde la relación hombre-”tara” data de 5100 años. Todavía no ha alcanzado el nivel de planta domesticada en alto grado y es posible encontrarla además del estado silvestre, en cuatro estados intermedios. Se sugieren los estudios para conocer mejor la variabilidad del germoplasma, con atención a las partes útiles, sus componentes y principios activos.

Palabras clave: Domesticación; etnobotánica; Fabaceae, taninos, Tara.


Abstract

The “tara” or “taya” (Tara spinosa) is an economically important plant in Peru and other Andean countries, mainly exploited in its wild from. However, no information is known about its origin dispersal and state of domestication, as a basis for under- standing the changes arising from its intensive cropping with improved technology and for its conservation. This article, based on biological, archaeological, linguistic and historical sources and field observations, aspects clarifieds, for the first time. It also discusses the direction of selection pressures, the research approach and pending studies. It is tentatively concluded that the domestication centre is located on the Peruvian coast, where the human-”tara” relationship dates back 5100 years. The Tara spinosa has not yet reached the level of a highly domesticated plant and it is possible to find it, not only in its wild state but also in four other intermediate states. Studies are suggested for a better understanding of germplasm variability focusing on the useful parts, components and active principles.

Keywords: Domestication; ethnobotany; Fabaceae; tannins; Tara.

Original recibido el 29 de junio 2021,
aceptado el 14 de noviembre 2021.


INTRODUCCIÓN

El grupo Caesalpinia sensu lato (Fabaceae) es definido tradicionalmente como poli- filético (Gagnon et al., 2013). Tiene representantes muy antiguos, así, ciertos fósiles pertenecientes a especies de este género se atribuyen al periodo terciario (Allen y Allen, 1981). Incluye aproximadamente, 225 especies de árboles, arbustos y lianas que habitan ambientes de selva tropical, templados y de sabana (Gagnon et al., 2019). Por lo menos, cuarenta especies son de Sudamérica (Ulibarri, 2008), algunas son de importancia económica que se utilizan como medicinales, colorantes, ornamentales, leña, madera y forraje. En varias especies se han encontrado flavonoides, diterpenos y esteroides que les confieren propiedades antiulcerosas, anticancerígenas, antidia- béticas, antiinflamatorias, antimicrobianas y antireumáticas, probadas ampliamente por la medicina tradicional (Baldim et al., 2012). También, es importante destacar que este grupo, al igual que otros grupos de la subfamilia Caesalpinoideae no posee la ca pacidad para fijar nitrógeno atmosférico (Allen y Allen, 1981; Hernández y Volpato, 2004; Al-Snafi, 2015). Una de las especies más importantes por su uso tradicional en varios países es Tara spinosa (Feuillée ex Molina) Britton & Rose (1930) (= Caesalpinia spinosa), vulgarmente conocida como “tara” o “taya”. Sin embargo, no existe consenso sobre su origen y dispersión como planta en proceso de domesticación.

Dilucidar dónde y cómo ocurrió la domesticación de las plantas útiles es importante por varias razones: identificar dónde está el núcleo de domesticación y la diversificación y, hacia donde se dispersó (o si sucedieron procesos independientes) y qué ha ocurrido en términos de variación fenotípica y genética; es decir, conocer los probables procesos de evolución (selección, adaptación, variación o especiación). Elucidar qué parte del genoma ha sido alterado por el síndrome de este proceso. Conocer los aspectos culturales, ecológicos y evolutivos del proceso de domesticación, como base para la conservación. Reconocer el curso probable de las modificaciones, según los móviles (de utilidad práctica o no) de los domesticadores. Identificar los probables ancestros silvestres, sus parientes más relacionados y otros organismos asociados con los cuales ha coevolucionado, como son dispersores, polinizadores, depredadores, causantes de enfermedades, etc. Conservar la diversidad, bajo el su- puesto de que ésta puede mantenerse mejor en su ámbito de origen, en donde tiene el soporte de prácticas y conocimientos tradicionales sobre uso y manejo sostenible. Identificar los recursos genéticos con las mejores características para enfrentar situa- ciones específicas de producción y frente al cambio climático (Sangay y Duponnois, 2018; Corinto, 2014; Casas y Parra, 2016; Guerra y Piñero, 2017).

La “tara” ha logrado su mayor desarrollo en el Perú. Se usa desde la antigüedad y se exporta desde hace más de 60 años (Mancero, 2009), cubriendo más del 80% del mercado (el resto lo cubren Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela). Genera divisas y da empleo a más de 50 mil familias de 17 departamentos (MINAGRI, 2019; SERFOR, 2020). Esta revisión tiene el propósito de esclarecer, por primera vez, el origen como planta domesticada de T. spinosa, basado en evidencias de fuentes formales y siguiendo las pautas básicas de esta temática (Harlan, 1971; Harlan, 1975; Hawkes, 1983; León, 1987; Pickersgill, 2007; Casas et al., 2007; Piperno, 2011; Casas y Parra, 2016). Se expone sobre el nivel de domesticación y los cambios que se esperan en la planta en el mediano o largo plazo y los estudios pendientes.

MATERIALES Y MÉTODOS

Se realizaron búsquedas bibliográficas de fuentes botánicas (desde los primeros exploradores de la flora sudamericana y peruana), lingüísticas (los nombres autóctonos para la especie, sus derivaciones y su relación con la toponimia regional), arqueológicas (las evidencias encontradas en las culturas de la costa peruana, principalmente) e históricas (las referencias o descripciones de los cronistas e historiadores desde la llegada de los europeos). Se realizaron búsquedas en bases de datos como Scopus, Web of Science, Scielo, Dialnet, JSTOR y Annual reviews y, a través del google académico, utilizando los descriptores Caesalpinia, Caesalpinia spinosa, Tara spinosa, Coulteria tinctoria, “taya”, “tara”; con el propósito de encontrar tratados recientes sobre las temáticas anotadas para la especie. Se revisó la nomenclatura y la sinonimia de la especie y se actualizaron de acuerdo a International Plant Names Index [IPNI] (2021) y Tropicos (2021). Para ubicar a la planta en el contexto de la domesticación se revisaron autores que tratan sobre este proceso como Harlan y Wet (1971); Harlan (1975); Hawkes (1983); León (1987) y otros. También, se realizaron observaciones de poblaciones silvestres de “tara” entre 2014-2020.

RESULTADOS Y DISCUSIÓN
El probable centro de origen de Tara spinosa

Herrera (1938) basado en fuentes de inicios de la colonia, indica que la distribución de la “tara” comprendía Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile y Perú. Sin embargo, hoy se conoce que su distribución es más amplia en la Región Neotropical, específicamente en el Bosque tropical con estación seca bien marcada, desde Venezuela hasta Bolivia, norte de Chile, Brasil (Río Grande do Sul) en América del Sur y en América del Norte, en México (Yucatán) y Cuba, (Coppen, 1995; Särkinen et al., 2012; Grandtner y Chevrette, 2014). Fue introducida en los valles xerotérmicos y semi-xerotérmicos de la provincia de Yunnan, China; en Palmerston al Norte de Nueva Zelanda, en Marruecos (África Septentrional), en África oriental y Australia (Hill, 1965; Allen y Allen, 1981; Coppen, 1995; Li et al., 2002; Gagnon et al., 2013).

Se ha propuesto que la “tara” es de origen desconocido, aunque se reconoce que es espontánea en Colombia, Perú, Bolivia y Chile (Cárdenas, 1989). Dombey, citado por Cárdenas (1989) ubica su origen en Nueva Granada (territorio que comprendía Colombia, Venezuela, Panamá, Ecuador y Guayana). También se ha afirmado que es nativa de América tropical (Correa y Bernal, 1990) o de la parte norte de Sudamérica (Horler y Nursten, 1961); nativa de Sudamérica (Alvarado et al., 2013) y nativa de los Andes (De la Torre, 2018). El uso antiguo de la “tara” como tinte en Chile (provincia de San Juan y colinas de Valparaíso) ha sugerido su probable origen en esta parte de América (Molina, 1810; Gay, 1846); sin embargo, lo más probable es que fue introducida desde Argentina (Sprague,1931) o desde Perú antes de la época incaica (Alvarado et al., 2013). También, es poco probable que tenga origen argentino, ya que no está incluida en Plantae diaphoricae. florae Argentinae de Hieronymus, obra que describe las plantas medicinales, alimenticias y venenosas de este país (Sprague, 1931).

Otros autores le atribuyen origen peruano y de aquí se habría dispersado a otros países de América (Raimondi, 1857; Cook, 1937; Macbride, 1943; Ugent y Ochoa, 2006; Alvarado et al., 2013), pero no se han dado los fundamentos suficientes para sostener esta afirmación. En primer lugar, cuando se trata del origen de una especie vegetal explotada, se puede considerar el origen como ente botánico, lo cual es difícil determinar, excepto, en las especies endémicas de un territorio. En segundo lugar, el origen se puede referir al lugar de domesticación. Es decir, al ámbito en donde la planta silvestre pasó a su estado domesticado, con cambios genéticos (expresados en su morfología y fisiología). La domesticación empieza con la selección o elección de la planta y el uso para fines prácticos o de otro tipo, por las comunidades humanas, y los cambios implican tiempo prolongado hasta alcanzar su máxima expresión con la dependencia de la planta —para sobrevivir—, respecto del hombre, y el alto nivel productivo de los órganos motivo de cosecha (Harlan, 1975). Por lo general, a esta segunda forma se refieren los autores cuando aluden al origen de una planta de interés económico y a esta forma nos referimos en esta revisión.

En este contexto, para establecer hipotéticamente el centro de domesticación o centro de origen (y dispersión) de una planta es necesario reunir datos del presente y del pasado sobre la planta y de su relación con el hombre. Son necesarios los datos biológicos (la especie, sus variantes, sus parientes cercanos, su genética), arqueológicos (la presencia de restos, desperdicios y representaciones de la planta o sus partes en la cerámica, tejidos y otros artefactos de las culturas antiguas), lingüísticos (los nombres antiguos en idiomas locales o regionales y sus derivaciones y las tradiciones orales), e históricos (las menciones en los escritos de cronistas e historiadores, sobre la planta, los usos y otros aspectos) (Harlan, 1971; León, 1987).

El autor más antiguo que sostiene el origen peruano de la “tara” es Raimondi (1857), pero sin dar sustento a esta conjetura. Posteriormente, Cook (1937) incluye a la “tara” dentro de la “Lista de nombres de plantas domesticadas en el Perú”, junto a otras 90 especies. También, Macbride (1943) en su descripción del género la considera planta peruana. Brako y Zarucchi (1993) la registran como endémica del Perú y esta condición pudo ser propicia para su domesticación. Sin embargo, en 2006, en el Libro Rojo, se la excluye (al igual que Caesalpinia ancashiana Ulibarri) de la lista de plantas endémicas del Perú, por ampliación del rango geográfico hacia Bolivia (León et al., 2006).

La evidencia biológica y taxonómica indica que la primera descripción de la planta como Poinciana spinosa o “tara” corresponde a Feuillée (1714), con plantas encontradas en el valle de Lima. En 1782 fue descrita formalmente por Molina como Poinciana spinosa Molina. Luego, tuvo varias revisiones y reubicaciones: Caesalpinia tara Ruiz & Pav. (1798), Tara tinctoria Molina (1810), Coulteria tinctoria Kunth (1824), Caesalpinia tinctoria (H.B.K.) Dombey ex DC (1825), Poinciana tara Ruíz & Pav. ex DC (1825), Caesalpinia tinctoria Benth. ex Taub (1892) y Tara spinosa (Feuillée ex Molina) Britton & Rose (1930). En la actualidad se acepta como nombre válido Tara spinosa (Molina) Britton & Rose (Gagnon et al., 2013, 2016; Tropicos, 2021; IPNI, 2021).

Es evidente la presencia de la especie en la mayor parte de territorio peruano, desde la antigüedad, desde Feuillée (1714). Hipólito Ruíz, citado en Jaramillo-Arango (1952), menciona su hallazgo en Lima y entre Lurín y Surco y, la menciona como Poinciana tara: var. tara y dice: “este hermoso arbusto crece de quatro seis varas; se cubre de racimos de bellas flores amarillas y encarnadas y de legumbres del mismo color, que sirven en lugar de agallas para hacer tinta, que es de la que regularmente se gasta en el Perú; así con dichas vaynas, como con la madera, adoban, curten y tiñen los cordobanes y forman algunos otros tintes para teñir bayetas y algodones”. También la encontró en Sayán y Tarma y, resalta su uso para teñir de morado a la lana y el algodón.

Raimondi (1857) dice de Coulteria tinctoria: “arbolillo espinoso, indígena del Perú; se emplea como astringente, y se prepara también con él la tinta para escribir, porque contiene una gran cantidad de tanino”. Paz-Soldán (1865) la menciona en Ayavaca (Piura) dentro de las maderas de construcción. Yacovleff y Herrera (1935), describen a la “Tura” como: “arbolito espinoso de hojas compuestas con hojuelas oval-oblongas; flores de color amarillo anaranjado; legumbre polisperma, comprimida, de color rojizo al madurar, cultivado en algunas quebradas como cercos vivos”. Sin embargo, Weberbauer (1945) muestra las evidencias más claras y amplias de la presencia de la “tara” en el territorio peruano. Señala que en el Centro y Sur se le llama “tara” y en el Norte “taya” y, la describe como sigue “... arbusto alto o arbolillo, provisto de aguijones y que lleva racimos de flores amarillas, es muy frecuente en la costa y los andes, exceptuando el lado oriental de éstos, al cual llega sólo esporádicamente”. Menciona sus hallazgos en Huambos, Santa Cruz, San Gregorio, Jequetepeque, Campodén, Salahual y Sunchubamba, valle Chicama, entre los ríos Moche y Saña, Balsas y Tupén, valle del Puccha, parte intermedia del valle del Huallaga, valle del Mantaro, valle de Urubamba, valle de Pachachaca (Apurímac), valle de Chuquicara, valle del Santa, entre Caraz y Recuay, valle de Nepeña, valle de Ocros (Pativilca), valle del Rimac, valle de Pisco, valle del río Ingenio, valle del río Lomas, valle del Cora Cora y valle de Cotahuasi.

En otros países andinos su presencia es menos extendida. Así, en Ecuador se registra principalmente, al Sur, en la provincia de Loja. En el Norte, en las provincias de Imbabura, Pichincha y Cotopaxi y en el Centro, en Tunguragua (Baños, Ambato) y Chimborazo (Riobamba) (Sprague, 1931; Mancero, 2009; Narváez et al., 2010). En Bolivia, se ubica principalmente en Cochabamba, Santa Cruz y Potosí (Alemán, 2009; Mancero, 2009). En Colombia, la encontramos en los departamentos de Amazonas, Antioquia, Boayacá, Cauca, Cundinamarca y Nariño (Sprague, 1931; Bernal et al., 2019). Los estudios de la especie en el Perú indican la presencia de cinco variantes en Ayacucho (atendiendo a las características morfológicas generales) y nueve morfotipos en Cajamarca, basados en las características de fruto y semilla (Villena et al., 2019; Villena, 2019). Resta saber si estos fenotipos significan genotipos diferentes.

Tara spinosa es una especie diploide con 2n = 24 cromosomas (x = 12). El número de cromosomas metacéntricos (m) y submetacéntricos (sm) puede variar pudiendo ser 6m + 6sm ó 7m + 5 sm (López et al., 2013; Sousa et al., 2019). Narváez et al. (2010) analizaron cinco poblaciones de “tara” de la sierra ecuatoriana y seis de Perú, con cuatro combinaciones de iniciadores de marcador con AFLP (polimorfismos del largo de los fragmentos amplificados) y encontraron que los valores de heterocigosidad (31,4 a 71,8% para las ecuatorianas y 55,6% para las peruanas) y polimorfismo fueron cercanos (0,119 a 0,248 para las ecuatorianas y 0,211 para las peruanas); lo que indica baja variabilidad en las poblaciones. El análisis de coordenadas mostró que las poblaciones ecuatorianas son cercanas entre sí, pero están separadas de las peruanas. El análisis de varianza molecular (AMOVA) indicó que la mayor parte de la variabilidad (80%) está dentro de las poblaciones y 20% entre poblaciones. No se encontró correlación entre contenido de taninos y la distancia génica. Es decir, no habría separación de ecotipos para este carácter, sino que, cada genotipo interacciona individualmente con su ambiente para la producción de estos compuestos.

Balaguer et al. (2011) realizaron el análisis genético de ocho poblaciones de “tara” del área del antiguo Imperio Inca (seis de Perú, una de Colombia y una de Bolivia). Analizaron entre 13 y 38 individuos por población, separados por al menos 10 m, con al menos 5 m de altura y con diámetro a la altura del pecho superior a 10 cm. Usaron hojas frescas de cada individuo, secadas en gel de sílice, para aislar el ADN. Probaron 21 pares de iniciadores para identificar la variación de la secuencia de plástidos polimórficos. No encontraron haplotipos de plastidios exclusivos de las formaciones de loma, ni una relación clara entre la diversidad genética y su distribución geográfica. Solo encontraron variación en el tamaño en cuatro loci (dos ccSSR y dos cpSSR). La combinación de los dos alelos encontrados en cada uno de estos loci de microsatélites, produjo un total de cinco haplotipos (A-E), distribuidos del siguiente modo: Cerro Quemado, Huánuco, Perú (A, B); Chalhuanca-Soraya, Apurímac, Perú (A, B, D), Huanta, Ayacucho, Perú (A, B), Lomas de Atiquipa, Arequipa, Perú (A, B), Lomas de Lachay, Lima, Perú (B), Lomas de Mejía, Arequipa, Perú (B), San Marcos, Cajamarca, Perú (A, B, C, D), Santa Ana, Ayacucho, Perú (A, B, D), Villa Paz, Boyacá, Colombia (E), Valle Grande, Santa Cruz, Bolivia (E).

Es decir, el haplotipo E fue exclusivo de las poblaciones de Colombia y Bolivia (menos diversas). El resto de haplotipos se presentó en las poblaciones peruanas, las que, a su vez, compartieron el haplotipo B. Hubo diferencias en la distribución de los haplotipos peruanos, aunque no se notó un patrón definido de distribución. La mayor diversidad se encontró en la población de San Marcos (cuatro haplotipos), seguida de las poblaciones de Chalhuanca-Soraya (Apurimac) y Santa Ana (Ayacucho). En el análisis de varianza de las poblaciones peruanas se encontró que el 93% de la diversidad genética total ocurrió dentro de las poblaciones y el resto de la variación (7%) fue atribuible a la variación entre poblaciones.

En consecuencia, la especie es poco variable y las poblaciones peruanas son cercanas, probablemente como producto del flujo génico desde la antigüedad. La mayor variación en la población de San Marcos, podría ser indicio de una mayor manipulación de las poblaciones in situ, que condujo a la generación de variantes (Casas y Caballero, 1995; Pickersgill, 2007). Por otro lado, las variaciones intrapoblaciones y la separación de las poblaciones peruanas con las de los otros países andinos, podrían indicar evoluciones independientes.

También encontramos que en el Perú se registra la mayor parte de los parientes cercanos: de 40 especies de Caesalpinia reportadas para Sudamérica (Ulibarri, 2008), 28 están en territorio peruano (Macbride, 1943; Brako y Zarucchi, 1993; Ulibarri, 2008). Esta comprobación abona en favor de la domesticación de “tara” en el Perú, pues la presencia de poblaciones de especies afines es una condición importante para que ocurra este proceso (León, 1987).

La fuente arqueológica indica la presencia y el uso de la “tara”, en culturas de la costa peruana, en el periodo 3100 a.C. a 1476 d.C. en la forma de polen en coprolitos (probablemente por contaminación casual de los alimentos), restos de vainas, vainas completas y hojas (Rochebrune, 1879; Harms, 1922; Weir y Bonavia,1985; Silva, 2000); restos de la planta, en el yacimiento precerámico La Paloma (Weir y Dering citados por Weir y Bonavia, 1985) y carbón (Moutarde, 2007), en el valle Chillón y en Ancón. También, Safford (1917) señala que encontró vainas de una Caesalpinia usadas para teñir, en tumbas de Ancón “...in addition to algarroba Pods (Prosopis sp.), probably used for food, and a Caesalpinia used for dyeling, the large pods of Inga feuillei were found by the writer in several graves at Ancon”. También, se informa de hilos teñidos con pigmento de “tara”, en Nazca temprano (Boucherie et al., 2016).

La fuente lingüística indica que en el Perú se le conoce principalmente con los nombres de “tara” y “taya”, con diferencias entre regiones. Weberbauer (1945) hizo notar que en el Norte la denominación más frecuente para esta planta era “taya” y en el Sur “tara”. Esta tendencia al parecer se mantiene. El término tara o “t’ala”, procedería del aymara, que significa achatado o aplanado – en referencia a la forma de la vaina - (Cárdenas, 1989; Medinaceli, 2003). También se ha planteado que el término “tara” provendría del quechua (Paz, 1877; Herrera, 1941; Quesada, 1976; Guardia, 1980; Cerrón-Palomino, 1997; Gobierno Regional Cusco, 2005). Herrera (1941), Paz (1877) y Guardia (1980) señalan que el vocablo “tara” en el Perú, se refiere a un árbol que da vainillas que sirven de tinte.

El término taya proviene del quechua (Quesada, 1976; Burga-Larrea, 1983; Girault, 1984; Torres-Menchola, 2019), al igual que los términos tayapampa, tayamayo, tayahuaca, tayacirca. Mientras que, tayal, tayo, tayaloma, provienen del español y todos hacen alusión a la planta de “taya” (Torres-Menchola, 2019). En cambio, tayanca, hace referencia particularmente a especies diferentes, como Baccharis microphylla Kunth o Baccharis odorata Kunth (Herrera, 1941).

Los términos “tara” y “taya” son frecuentes en los topónimos del Perú. Así, Guardia (1980) menciona la existencia de 45 toponimias con el término tara, en 15 departamentos, 28 provincias y 39 distritos; de los cuales, 15 refieren a haciendas, 15 son nombres de chacras, ocho de estancias, cuatro de aldeas, una para una mina de plata y dos de pueblos. En el Norte son escasos los topónimos relacionados con este término; pero en todo el país existen 169 centros poblados con el nombre “tara” o sus derivaciones (INEI, 2018). Así Tarara (del quechua), nombre de un centro poblado del distrito de Colasay (provincia de Jaén), haría alusión a Caesalpinia, en vista que Cerrón, citado por Torres-Menchola (2019) indica que se refiere a un arbusto de Caesalpinia.

Asimismo, en el Perú existen 224 centros poblados con el nombre de “taya” o sus derivados. Un examen más exhaustivo (Fig. 1) muestra que en el norte peruano (La Libertad-Piura) y especialmente en Cajamarca, los topónimos con “taya” son más frecuentes. En el centro (Ancash-Junín), —elipse derecha— y sur (Ayacucho-Tacna) hay cierto balance en el número de topónimos relacionados con “tara” y “taya”. Excepciones son Ayacucho en donde predomina “taya” y Tacna, en donde predomina “tara”. En cambio, en los departamentos del Oriente predomina del topónimo “tara” —elipse derecha— (INEI, 2018). En conclusión, solo hay una correspondencia parcial entre la distribución de los nombres de la planta (“tara” y “taya”) en el Perú y los topónimos relacionados.


Fig. 1. Topónimos de centros poblados con “tara” y “taya” o sus derivados en los departamentos del Perú.
Fig. 1. Toponyms of population centres with “tara” and “taya” or its derivatives in the departments of Peru.

En la región Cajamarca, la mayoría de los términos relacionados con “taya” o “talla”, registrados en la toponimia, se refieren a Tara spinosa o sus sinónimos. Algunos provienen del español como: Tayapampa, Tallar, Tallamayo, Tayapampa, El tayo, Tayapata, Tallambo y otros como: Tayahuaca, Tayaorco, Tallacirca, Tayapata, provienen del quechua (Torres-Menchola, 2019; Parker y Chávez, 1976 citado por Torres-Menchola, 2019). También, Burga-Larrea (1983) registró 25 topónimos de Cajamarca con el término “taya” o sus derivados, que hacen alusión a la planta. Así, dice: “Taya, planta tintórea con forma de paraguas, su tronco en infusión permite extraer un tinte muy fuerte con el que se puede escribir. Taya Pampa, llanura de tayas”. Otros nombres antiguos, menos frecuentes en el Perú y aplicados a la “tara”, pero a la vez, aplicados a plantas de otras especies son “guarango”, “espino”, “guarango-espino”, “yara”, “tanino”, “taro” y “tura” (Cobo, 1653; Ruiz y Pavón, 1798; Paz, 1877; Herrera, 1939; Macbride, 1943; Ugent y Ochoa, 2006).

En Ecuador se le conoce como “waranku”, “algarrobo”, “arrayán”, “campeche”, “espino”, “guaranga”, “guarango”, “tallo”, “vainilla”, “vainillo”, “compeche”, “lompeche”, “tailin” (De la Torre et al., 2008). En Colombia sus nombres son “baranó”, “dividivi”, “dividivi de tierra caliente”, “ichi”, “ichi-ajuajiay”, “cuica” (Correa y Bernal, 1990; Narváez et al., 2010). En Bolivia, Chile y Venezuela el nombre más frecuente es “tara” (Narváez et al., 2010). También recibe otros nombres de origen no conocido como “goma del Perú”, “goma tara”, “acacia amarilla” y “tara de Chile” (Alvarado et al., 2013). Finalmente, recurriendo a las evidencias históricas encon- tramos que el registro más antiguo de la “tara” pertenece a Martín Murúa en 1590, citado por Yacovleff y Herrera (1935), resaltando sus propiedades como curtiente, tintórea y medicinal. Luego, Guamán Poma de Ayala (1615) la menciona y dice: “... y de tierra y de montes, frutales, alizales de haciendas como de comer como de madera; y si la conquistó baldía, realenga, cuantos años, y si se acabó los legítimos propietarios; de todo lo asiente, lamran, quesuar, tara, molle y otros árboles...”.

Cobo (1653) señala que en el Perú hay cinco a seis especies de guarangos. Uno es el que los españoles le llaman “algarrobo de las indias” que sería el algarrobo (Prosopis sp.). El otro sería la “tara” que los indios le llamaban “yara” y que Cobo (1653) lo llama “guarango-espino”, por sus abundantes espinas y para diferenciarlo del anterior. En el “guarango-espino” distingue dos tipos, uno que crece alto (árbol) y otro rastrero. Del primero resalta el uso de las vainas y la madera, este sería la “tara”. También, los estudios sobre los obrajes textiles que existieron en la colonia entre los siglos XVI y XVII, la mencionan como elemento básico en el teñido de algodón y lana, en donde, un oficio era “picar tara” (Salas, 2009). También, Suarez (1778) dice sobre la especie: “en las inmediaciones de Lima en la parte que llaman el valle se cría un arbolillo llamado por aquellos naturales “tara”, y por el Padre Plumier - Poinciana spinosa”, destacando su uso tintóreo para tejidos y para escribir.

Martínez-Compañón (1782-1785), la representa en sus acuarelas (E-79, t.III) y Lecuanda (1793a y 1793b), la menciona en las descripciones de los partidos de Saña y Piura. También Matto de Turner (1893) en su relato “La flor de las taras”, describe cómo el personaje Phallchamascachi-ttica una joven de raza incaica, se refiere a las bondades de sus flores: “... los indios dicen que el árbol de la “tara”, cubierta á un tiempo de flores, espinas, vainillas y hojas, tiene en su sombra la propiedad del narcótico para los pesares, y que quien duerme bajo su escasa fronda, despierta sin acordarse de sus penas; que el olvido es como el perfume de sus flores imperceptible, pero positivo”. En el siglo XX, son importantes las menciones que hacen Valdizán y Maldonado (1922) en Arequipa, Hill (1965) en Perú y Saráchaga et al. (1981) en Cajamarca. La Fig. 2 presenta la línea del tiempo de los registros arqueológicos e históricos de “tara” en el Perú.


Fig. 2. Línea del tiempo de los registros arqueológicos e históricos de la “tara” o “taya”, Tara spinosa (Molina) Britton & Rose en el Perú.
Fig. 2. Timeline of archaeological and historical records of “tara” or “taya”, Tara spinosa (Molina) Britton & Rose in Peru.

En otros países andinos, también existen evidencias antiguas y actuales sobre la planta. Por ejemplo, en Ecuador De la Torre et al. (2008) recogen aspectos etnobotánicos de la planta en poblaciones indígenas y mestizas, resaltando los nombres nativos y los usos alimenticio, tintóreo, combustible y medicinal. En Bolivia se resalta el rol ecológico de la “tara” en los agroecosistemas tradicionales, como componente agroforestal; además de los usos alimenticios, medicinal y curtiente (Girault, 1984; Cárdenas, 1989; Alemán, 2009). La etnobotánica colombiana también recoge testimonios sobre el uso la “tara” o “dividivi” desde el siglo XVII, por sus propiedades astringentes y colorantes (Correa y Bernal, 1990; Cabello, 2010).

Sobre la base de las evidencias aquí descritas (Tabla 1) podemos afirmar provisionalmente que, el centro de domesticación de la “tara” está en el Perú y queda pendiente conocer si desde este centro se dispersó hacia el sur (Bolivia y Chile) y hacia el norte (Ecuador y Colombia, principalmente) o sucedieron domesticaciones independientes.

El estado de la domesticación de la Tara spinosa

La “tara” no es una planta altamente domesticada, en los términos establecidos (Harlan, 1975; Bonavia, 1992; Hawkes, 1983; León, 1987). Por las características observadas, podríamos afirmar que se encuentra en las etapas iniciales de este proceso. El síndrome de la domesticación implica la producción de cambios morfológicos y fisiológicos, como consecuencia de la manipulación de los genotipos. Por otro lado, el cultivo incluye la manipulación del ambiente de la planta y de los fenotipos para hacerlos más productivos (Harlan, 1975). Bajo estos términos, se puede cultivar (ex situ) una planta silvestre, sin llegar a la domesticación. Es decir, el cultivo es solo un paso necesario, pero insuficiente para la domesticación (Gepts y Debouk citados por Pickersgill, 2007).

Tabla 1 (hoja 1 de 2). Resumen de evidencias que aportan en favor del origen peruano de la “tara”.
Table 1 (page 1 of 2) Summary of evidences supporting the supposed Peruvian origin of “tara”.

Tabla 1 (hoja 2 de 2). Resumen de evidencias que aportan en favor del origen peruano de la “tara”.
Table 1 (page 2 of 2) Summary of evidences supporting the supposed Peruvian origin of “tara”.

* No aparece en las descripciones de los partidos de Trujillo y Cajamarca, sin embargo, el autor dice: “queda advertido en el preliminar de los vegetales que Trujillo y Piura producen en la parte de los valles los mismos árboles frutales, arbustos, plantas, bejucos, flores y yerbas que este de Lambayeque de que se trata que habiéndose hecho en el primero, mención de dicha parte de lo que contiene el reino vegetal, se omite en éste” (Lecuanda, 1793).
** Traducción de la 2 ed. en inglés (1952), la primera edición de este libro data de 1937.

De otro lado, se ha sugerido que, en algunas especies, se puede lograr, por lo menos, cierto grado de domesticación (in situ) sin cultivar la planta, eliminando los fenotipos indeseables e incrementando los deseables, en las poblaciones silvestres. De este modo, se mejora la expresión fenotípica (Casas y Caballero, 1995; Pickersgill, 2007). Como se puede deducir, este proceso in situ, debe ser más intenso en especies arbóreas como la “tara”. Sin embargo, estas formas de domesticación han recibido poca atención a través la investigación (Avendaño Gómez et al., 2015; Guerra y Piñero, 2017).

Bonavia (1992) se refiere a la domesticación de especies alimenticias, en donde, se supone que la presión es muy intensa y en las cuales, su cultivo es indispensable, como parte del proceso, dice: “... las investigaciones sugieren que se necesitan por lo menos tres a cuatro mil años de propagación selectiva para que una planta silvestre, que es viable sin intervención del hombre pero ineficiente como producto alimenticio, pueda adquirir una forma que ya no es viable sin la constante intervención humana, pero que sea altamente eficiente como productora de alimentos”. Esto implica que la relación hombre-planta, en los Andes y en el mundo en general, tiene tal vez, 13 mil a 14 mil años (10 mil haciendo agricultura), si consideramos que, esta relación empieza cuando el hombre elige o selecciona una planta en particular, por uno o más motivos. Esta etapa de observación, selección y cosecha sin siembra o protoagricultura (Hawkes, 1983), debió durar tiempo considerable y; en especies como la “tara”, en donde, la presión de domesticación fue menor, porque provee satisfactores menos urgentes, este periodo debió ser más largo todavía. Es claro también que hoy, por la disponibilidad de tecnologías, este tiempo puede reducirse sustancialmente (Guerra y Piñero, 2017).

Hay consenso en que los usos determinan en gran medida la dirección de las modificaciones durante el proceso de domesticación. En esta perspectiva, se infiere que la “tara”, como planta perenne, ha sido manipulada principalmente in situ (Casas y Caballero, 1995). Es decir, la domesticación (incipiente) in situ ha prevalecido: (1) para conseguir leña, colorante y hacer herramientas o sus componentes. Para este propósito, probablemente, se usaron las plantas menos deseables, por su copa, su ramificación y tamaño y, se dejaron las mejores plantas, de mejor fenotipo. (2) para aprovechar las vainas y semillas (para curtiembre, como medicina, para consumir la goma), se puso atención en el tamaño de vaina y en el número y tamaño de semillas. (3) otra dirección del manejo, probablemente, estuvo relacionada como fuente forrajera complementaria y esporádica (no principal), en casos de escasez de alimento. Es probable que, basados en el consumo por el venado (Odocoileus peruvianus Gray) y otros animales silvestres, se propició el consumo por los auquénidos en las lomas costeras (Rostworowski, 2017). También, las hojas y las vainas son consumidas por caprinos, ovinos y vacunos (especies introducidas) y es de suponer que, para aprovechar las hojas se usaban las ramas bajas (ramoneo), o las poblaciones densas, con individuos jóvenes; de modo que, este aprovechamiento significaba una poda y raleo, controlados. Del mismo modo, se aprovechaban las vainas que caían al suelo. La otra vía, probable y menos intensa, que es parte del proceso de domesticación ex situ, fue el cultivo y manejo en pequeña escala: en los huertos familiares, en los cercos de chacras, alrededor de la casa. Cuzco (1990) manifiesta: “... en Chetilla dentro de la diversidad de formas de arreglo de los terrenos encontramos gran número de pircas que son arregladas todos los años... apuntaladas con saucos, alisos, maquimaquis, tayas... Así mismo, encontramos una gran cantidad de terrenos rodeados de shamburos, tayas”. Estas son las presiones de selección a las que estuvo sometida la planta, hasta que empezó a cultivarse a mayor escala a inicio de la década de 1990, lo que significa que las presiones de selección y de domesticación en general, se tornan más intensas.

Hawkes (1983) describe las características de las plantas domesticadas que las diferencian de las plantas silvestres. Bajo estos conceptos, podemos analizar lo que ha significado este proceso en la “tara” (Tabla 2). La planta ha avanzado en ciertos aspectos hacia la domesticación, pero, en otros aspectos permanece como planta silvestre. Estas diferencias se explican por la intensidad en las presiones de selección. Por ejemplo, todavía no ha logrado la uniformidad en sus procesos fisiológicos básicos como floración, fructificación y maduración. Esto conduce a que la cosecha dure hasta cuatro meses por temporada y de una a dos temporadas por año, según los departamentos (REDFOR, 1996).

El tránsito de la Tara spinosa desde planta silvestre a domesticada

Bajo los conceptos de Harlan (1975), la “tara” se encuentra en los inicios del proceso de domesticación y es posible encontrarla, además del estado silvestre, en cuatro estados intermedios: silvestre-manejada, tolerada, fomentada o incentivada y cultivada (Tabla 3).

La tara silvestre se encuentra en espacios con nula o mínima intervención humana, en ambientes de difícil acceso, por lo escarpado del terreno y, en sitios en donde las poblaciones humanas las usan como vegetación de pastoreo y de modo esporádico, para obtención de leña y madera. Este estado es cada vez más escaso y se presenta, por ejemplo, en la sierra de Piura (Ayavaca) y en varias localidades de Cajamarca (Chancay Baños, Tayal, Querocoto, Jancos, Santa Cruz de Toledo).

La tara silvestre-manejada, se ubica en poblaciones o bosques o relictos de bosques, con mayor intervención humana desde épocas antiguas. Su espacio también se ha usado para pastoreo, extracción intensiva de leña y madera para construcciones rústicas (cercas, entradas a las chacras, puentes), para herramientas diversas y cosecha de vainas para el mercado. En las últimas décadas, debido a la demanda del mercado, estas poblaciones son más intervenidas a través de eliminación de individuos viejos y deformes, podas de limpieza, raleos y limpieza de epífitas.

Tabla 2. Características de la “tara” en su estado actual en relación a su estado esperado como planta domesticada.
Table 2. “Tara” characteristics in its current state in relation to its expected state as a domesticated plant.

Tabla 3. Estados actuales de la “tara” y en su hipotético estado de planta domesticada.
Table 3. Current states of “tara” and in its hypothetical state of domesticated plant.

La tara tolerada, se ubica en parcelas de agricultura (de rozo y perenne), en donde se dejan ciertas plantas, después del desmonte. Se prefieren individuos de tallo único, de ramificación alta y de copa aparasolada que proveen sombra en parcelas de maíz, hortalizas y otros cultivos de pan llevar como papa (Solanum tuberosum L.), maíz (Zea mays L.), yuca (Manihot esculenta Crantz). También se ubican en pastizales naturales y cultivados, en donde, sirven para sombra del ganado. En este último caso, se asocia con alfalfa (Medicago sativa L.) y, con la asociación raigrás (Lolium multiflorum L.) - trébol (Trifolium repens L.).

La tara fomentada o incentivada, se encuentran en cercas y linderos de parcelas, riberas de barrancos, quebradas y caminos. También, cerca de las casas campesinas. A veces, se usan plántulas de regeneración natural y se trasplantan o se propicia su desarrollo. Se prefieren los individuos de porte alto y tallo grueso de ramificación alta y profusa.

La tara cultivada propiamente dicha, es la “tara” manipulada de modo intenso, en las últimas décadas. El primer indicio de plantación de “tara” en quebradas probablemente para evitar deslizamientos y para formar cercos vivos, aparece con Murúa (1590 citado por Yacovleff y Herrera, 1935). Mientras que Cook (1937) la incluye dentro de las plantas domesticadas en el Perú. Macbride (1943) dice que es comúnmente plantada y; según Hill (1965), por lo menos, antes de 1937 (año de primera edición) ya se cultivaba en Perú y en el norte de África. Sin embargo, las plantaciones propiamente dichas, con fines comerciales en el Perú, se iniciaron al final de la década de 1990 (REDFOR, 1996; Centro Ideas, 2003).

No existen pruebas de plantación en parcelas, en la antigüedad, aunque sí del uso desde la época preinca (Weir y Dering citados por Weir y Bonavia (1985). Se ha sugerido (Balaguer et al., 2011) que las poblaciones de Atiquipa en Arequipa y por extensión, de otros bosques de neblina de la costa peruana, serían producto de plantaciones precolombinas, pero con pocas pruebas de sustento. Sin embargo, es una buena hipótesis que necesita contrastación. Por ejemplo, se conoce que al llegar los españoles y fundar Lima, se agotaron los recursos forestales que abundaban en este valle, para uso de leña y madera: “... un español consumía en leña, en un día, lo que un nativo consumía en un mes”. Por este motivo, el abastecimiento fue cada vez de áreas más lejanas como Huarmey. También, hubo varias ordenanzas sobre prohibiciones, permisos de tala y repoblamiento forestal, desde 1535, aunque con poco éxito (Buenaño, 2000).

La “tara” comercializada desde más de seis décadas proviene de bosques o relictos de bosques, con mínima intervención humana. En las últimas dos décadas, se incentivó el manejo de las poblaciones silvestres (más de 8 mil ha) y el cultivo tecnificado (más de 5 mil ha), para la exportación de polvo y goma. Existe tecnología para el manejo de la semilla y la germinación, el manejo en vivero hasta la producción de plantones. También, se aplican podas de formación y de producción, abonamiento y, riego tecnificado. Se prefieren plantas provenientes de semilla de árboles plus, más productivos y precoces (Vigo y Quiroz, 2006; Flores et al., 2005a). La “tara” muestra buena plasticidad fenotípica (Krapovickas, 2011; Cordero et al., 2021). Es decir, responde a diversos ambientes (desde 0 m snm hasta cerca de 3000 m snm) y a las prácticas de manejo, con fenotipos más productivos. También, se ha intensificado su siembra en parques y avenidas de ciudades, como elementos de ornato y mejoradores del ambiente. Para este propósito se prefieren y propician árboles de mediano tamaño, de un solo eje y de copa aparasolada (REDFOR, 1996; Flores et al., 2005a; Vigo y Quiroz, 2006).

En los Andes y otros centros de agricultura original existen múltiples especies vegetales que se encuentran en estos estados intermedios, entre planta silvestre y domesticada, destacando ciertos frutales, medicinales y aromáticas. En el Perú citamos especies como el aguaymanto (Physalis peruviana L.), la chancua o muña [Minthostachys mollis (Kunth) Griseb.], el capulí (Prunus serotina Ehrh.), el culén [Otholobium mexicanum (L. f.) J. W. Grimes], el matico (Piper aduncum L.). Sin embargo, a dife- rencia de Mesoamérica, en donde existen numerosos estudios sobre domesticación de especies (Casas y Caballero, 1995; Casas, 2001; Pickersgill, 2007; Avendaño-Gómez et al., 2015), en la región andina, no existen estudios importantes al respecto.

Se espera que la “tara” logre el estado de planta domesticada, mostrando mayor productividad y mayor adecuación a los intereses del consumidor y del mercado (Hawkes, 1983; Pickersgill, 2007; Casas et al., 2007). A la vez, se habrá tornado más dependiente del hombre para sobrevivir y reproducirse, será exigente en insumos por la incidencia de plagas y enfermedades y el agotamiento de los suelos (Tabla 3).

La dirección de las presiones de selección, los estudios avanzados y pendientes

Es difícil predecir la intensidad, la dirección específica y hasta donde puede extenderse el proceso de evolución bajo domesticación (Harlan, 1975). Sin embargo, sí podemos avizorar algunas tendencias probables. El órgano principal motivo de cosecha comercial es la legumbre o vaina y es el de mayor atención y manipulación durante el proceso en curso. El rendimiento de vainas y semillas está determinado por el número de infrutescencias por planta, número de vainas llenas y vanas por infrutescencia, número de semillas por vaina y peso de las semillas. En este sentido, se espera cambios importantes en estos componentes y en el índice de cosecha (Gardner et al., 1985).

Es importante conocer la partición de asimilados a las partes de la vaina y de la semilla. Los materiales evaluados muestran que el peso de la vaina (sin semillas) significa 66% y el resto es peso de las semillas. El peso del tegumento (cáscara) de la semilla varía de 28,5% hasta 42%, el del endospermo o goma de 24,7% hasta 34% y el del germen 33,6% hasta 37,8% (Cabello, 2010; Florián-Castillo, 2020). Sin embargo, es necesario identificar los materiales más rendidores en vaina, semilla y goma.

Es necesario conocer si existen relaciones alométricas significativas entre los componentes de la vaina. El contenido de taninos es un tema todavía no claro. Por un lado, la literatura más antigua informa un rango de 22% hasta 60% del peso seco (polvo seco) según el método de extracción (Garro et al., 1997). Por otro lado, los análisis de materiales peruanos de diversa procedencia y con diferentes métodos de extracción, indican contenidos entre 30% hasta 80% (Oliva et al., 2015; Guerrero et al., 2016). La alta variabilidad de este carácter conlleva a la necesidad de estandarizar los procedimientos de extracción y conocer cuál es su control genético (Olivas- Aguirre et al., 2015).

Los agricultores que manejan la “tara” con fines comerciales en poblaciones naturales, ponen atención al peso de la vaina. Los individuos que muestran poco peso en la vaina son menos preferidos o eliminados y son usados como leña, para construcción de cercas y otros fines. También, se eliminan individuos que producen vainas deformes. Otro tema importante es la precocidad, por lo general, las plantas entran en producción comercial a los cuatro años y en plena producción a los 20 años (Flores et al., 2005a). Sin embargo, se ha observado materiales que en buenas condiciones de manejo y en ambientes más temperados, logran su primera floración al primer año del trasplante. El mejoramiento genético debería acortar estos tiempos.

La forma de propagación principal de la “tara” es por semilla, sin embargo, tiene el inconveniente de la segregación y la alta variabilidad, respecto al rendimiento de frutos y probablemente, en los contenidos de sus componentes y principios activos. En contraste, la propagación vegetativa tiene dos ventajas significativas: mantener las características de clones seleccionados que conduce a la uniformidad y cosechas más tempranas. La propagación por estacas de raíz con bioestimulantes y diversos sustratos debe investigarse con detalle (Escalante et al., 2008). La técnica del injerto es alentadora. Se ha definido el mejor tipo de injerto, la edad de los patrones y de las ramas productoras de yemas (Flores et al., 2005b; Núñez et al., 2017; Sernaqué- Abadie et al., 2020). El cultivo in vitro para propagación clonal está en sus inicios (Núñez et al., 2017; Núñez-Ramos et al., 2020) y es una buena posibilidad para abastecer la demanda de material para nuevas plantaciones. También, la “tara” se asocia eficientemente con hongos micorrícicos del género Rhizophagus (Glomeraceae) y su aplicación en plántulas mejora la absorción de P y N y su crecimiento y, puede ser una práctica agronómica importante para mejorar la productividad (Sangay et al., 2017).

En este contexto, en donde la atención está orientada a las exigencias del mercado, se debe poner atención también a los propósitos y motivaciones de los agricultores. Estas motivaciones pueden marcar tendencias en las modificaciones de la planta, durante el proceso de manejo intensivo, que conducirá a la domesticación. Por ejemplo, se ha observado —en especies alimenticias—, que el agricultor, a veces, pone especial atención a las formas extrañas o raras, las selecciona, las propaga intensamente y las incorpora como parte del germoplasma en uso. Es decir, los móviles de la domesticación del agricultor, no están necesariamente ligados con la utilidad práctica o económica. Pueden ser de tipo estético, ritual o de otro tipo y de este modo, las formas atípicas que la selección natural las elimina, el agricultor las cuida y las propaga. En este sentido, Harlan y Wet (1971) indican que la mayoría de las variaciones de las especies cultivadas, se pueden considerar biológicamente “monstruos” que no podrían sobrevivir en estado silvestre.

Las poblaciones naturales de T. spinosa más importantes en el Perú, están ubicadas, principalmente, en las regiones Yunga marítima y Quechua. Sin embargo, debido a la demanda del mercado, se está incrementando el cultivo en nuevas regiones y es necesario observar su comportamiento.

Las características que no son de interés inmediato para el hombre, probablemente, no cambiarán. Así, por ejemplo, los estudios sobre morfología floral indican que las dimensiones de las flores son relativamente constantes. Del mismo modo, no se observan diferencias sustantivas en ramificación, forma y tamaño de folíolos y otros órganos (Sánchez et al., 2016; Villena et al., 2019). Una excepción es un material encontrado en San Marcos (Cajamarca), en el cual, se pueden observar cambios notables en las pinnas y en el ovario. La forma principal de polinización de la “tara” es cruzada y melitófila y su morfología floral está especialmente adap- tada a la polinización por Apis mellifera L., atraída por el color de la flor y a la pre- sencia de guías de néctar. Menos importantes en esta función, son los abejorros de los géneros Bombus y Xylocopa, de la misma familia (Apidae) y avispas del género Polistes —Vespidade— (Chávez-Soto, 2012; Sánchez et al., 2016). Esta dependencia constituye un tema de investigación, en la medida en que, las poblaciones de abejas están en franco deterioro.

CONCLUSIONES

Las fuentes biológicas, arqueológicas, lingüísticas e históricas aquí reunidas, indican que la “tara” se encuentra en el inicio del proceso de domesticación. Su centro de domesticación se ubica en la costa del Perú, en donde existe la mayor cantidad de evidencias de su uso, desde 5100 a 3600 años. En su tránsito hacia planta domesticada, es posible encontrarla en estado silvestre y en cuatro estados intermedios: silvestre-manejada, tolerada, fomentada y cultivada. Las presiones de selección se han intensificado por el cultivo comercial y se esperan cambios en el fruto y la semilla, principalmente. Son necesarios estudios sobre la diversidad fenotípica y genética del germoplasma nativo, con atención a las partes útiles, sus componentes y principios activos. Del mismo modo, son necesarios los estudios sobre de dependencia de la polinización por insectos y su relación con la producción de vainas. También sobre el curso de los cambios como efecto de las presiones de selección.

AGRADECIMIENTOS

A Eleodoro Florián, Edin Alva y James Chacón, por su colaboración en el acopio de información de campo sobre asignación de materia seca en la semilla, consumo por animales y especies asociadas con la “tara”. A Alindor Vásquez Mejía y Junior E. Nerio Villena, por la adecuación de las figuras.

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